Cuando los primeros agricultores de medio oriente se dieron cuenta que era más efectivo domesticar animales que cazarlos intentaron aprovechar ‘todos’ sus beneficios, como beber su leche.
El problema radicó en que a sus cuerpos adultos les resultaba imposible procesar la lactosa. Con el paso de los siglos, el hombre pasó por una mutación genética que le permitió poder tomar leche de vaca, cabra y otros animales.
Los agricultores que hace 10 mil años tuvieron la idea de beber leche migraron a Europa, que ya estaba habitada por cazadores.
Fue en el Viejo continente que, hace 7.500 años, sus cuerpos mutaron para volverse tolerantes a la lactosa. Así, fueron capaces de aprovechar diferentes nutrientes y tener alimento cuando no había buenas cosechas: los cazadores desaparecieron, los agricultores sobrevivieron y fortalecieron y esparcieron sus genes por el mundo.
El descubrimiento de que estos agricultores europeos aprovecharon la leche nació de la excavación que realizó el arqueólogo Peter Bogucki en las llanuras fértiles de Polonia en la década de 1970. Descubrió que la gente que vivía allí hace 7 mil años utilizó artículos de alfarería similar a un artilugio para fabricar quesos.